El amor es la fuerza secreta que impulsa a las madres centroamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos en México. Ana tiene doble razón para no vencerse: la certeza de que su hijo está vivo, y el apellido que le renueva el impulso cada amanecer. La mujer hondureña se llama Ana Enamorado.
Por: Darwin Franco Migues | Foto: Ivan Castaneira
(http://enelcamino.periodistasdeapie.org.mx/)
Su apellido evoca amor; por ello, la fuerza para buscar a Óscar –su hijo- proviene de cada una de las letras que conforman la palabra: enamorado.
Es parte del nombre de Ana, originaria de San Pedro Sula, Honduras, quien desde el 19 de enero de 2010 no ha cesado en la búsqueda de su hijo, Óscar Antonio López Enamorado.
El joven se encontraba en la pequeña comunidad de El Carrizo, en San Sebastián del Oeste, Jalisco, una zona montañosa cercana a la costa del Océano Pacífico.
Han pasado cuatro años desde esa última comunicación. Ana Enamorado ha recorrido México varias veces en busca de una pista que le ayude a recuperar Óscar.
En 2012 se unió a la Caravana de Madres Centroamericanas Buscando a sus Migrantes Desaparecidos, que año con año recorren el país en busca de esas mismas respuestas. Después de ese primer recorrido con mujeres como ella, decidió quedarse en México.
“Estoy aquí sola buscando a mi hijo, no es fácil estar en esta lucha. Hay momentos que siento que ya no tengo fuerzas, pero tengo que continuar porque el amor a mi hijo me tiene aquí en México”, dice.
Óscar dejó a su madre cuando tenía 17 años. Cuando se dieron el último abrazo, Ana sintió que le arrancaban una parte de su vida. No tenía necesidad de abandonar Honduras, pero quería recorrer su propio camino.
El adolescente salió de San Pedro Sula, Honduras en enero de 2008. Su sueño de migrar se cumplió y estuvo poco más de un año en Austin, Texas. Ahí conoció a Filiberto Peña Ponce y Humberto Ponce Ramírez, originarios de El Carrizo, y sin más decidió viajar con ellos al pueblo. “No más de dos meses, luego me regreso a Honduras”, le dijo a su madre.
En las primeras semanas las llamadas a Honduras eran constantes, y Óscar decía que estaba bien. La familia de sus amigos le ofreció empleo y hasta le prestaban una camioneta.
Pero luego la comunicación se hizo cada vez más esporádica. Al escuchar a su hijo Ana Enamorado supo que ya no era el mismo: algo le había pasado.
Huir para buscar
“He aprendido a ser una mujer muy valiente y fuerte. Yo nunca pensé salir de mi país pero perdí todo miedo y dejé atrás esa timidez. Ya no tengo miedo a salir, pues estoy dispuesta a ir a cualquier lado donde me puedan decir alguna pista del paradero de Óscar”, recuerda Ana.
El silencio de Óscar cambió su vida. Un día abandonó su casa en la cajuela del auto de unos amigos para escapar de su marido, quien primero le dijo que diera por muerto al adolescente, y después le amenazó con matarla si lo abandonaba.
Mientras se escondía en casa de sus amigos conoció al Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso (Cofamipro), un colectivo de madres que desde 1999 se dedican al registro y búsqueda de los miles de hondureños desaparecidos en su trayecto hacia los Estados Unidos.
Sin pensarlo Ana se unió al grupo. En octubre de 2012 viajó por primera vez a México en la décima Caravana de Madres. Dos años antes había recibido la última llamada de su hijo.
“Fue muy emocionante, me llamó después de varios meses. Me dijo que no me preocupara que estaba bien, pero se cortó la llamada, intenté regresarla y ya no contestó”.
La desaparición
Una de las últimas llamadas de Óscar, en septiembre de 2009, preocupó a su madre. Un hombre alterado le exigió 15 mil pesos para reparar la camioneta que el joven había chocado.
La mujer habló con su hijo quien tímidamente confirmó el percance. La mujer depositó el dinero en las cuentas de Eraclio Peña Ponce y Fortunato Peña Curiel, quienes para ganar su confianza le dieron cuatro números telefónicos para que se comunicara.
Pero cuando el dinero fue cobrado, nadie contestó las llamadas. Tampoco Óscar. Ana supo que algo terrible había pasado: las personas que exigieron el dinero eran dueños de la casa donde vivía y familiares de los amigos con quienes viajó a Jalisco.
Pensó incluso que lo habían echado de la casa y que el joven no tenía forma de volver a Honduras.
La incertidumbre duró cuatro meses, desde septiembre de 2009 hasta el 19 de enero del año siguiente, cuando Ana recibió la última llamada de su hijo. “Estoy bien, voy con unos amigos a Puerto Vallarta” dijo antes que la comunicación se interrumpiera.
Ana nunca supo quiénes eran esos amigos pero no eran los mismos con quienes viajó de Austin a Jalisco: a finales de 2009 Filiberto Peña Ponce y Humberto Ponce Ramírez fueron secuestrados. Viajaban en la misma camioneta que el hondureño había chocado.
Los cuerpos de los jóvenes aparecieron el 10 de diciembre de ese año en San Felipe de Híjar, comunidad vecina de El Carrizo. Óscar, sin embargo, llamó a su madre semanas después, el 19 de enero de 2010.
El enemigo en casa
En los cuatro años de buscar a su hijo Ana ha vivido muchas frustraciones. Pero lo más difícil está en su entorno cercano.
“Nunca ninguna persona me ha dicho que ya no busque a Óscar porque él está muerto, esto sólo lo he escuchado de mi familia, pues para ellos mi búsqueda es una pérdida de tiempo”, confiesa.
Cuando llegó a México con la Caravana de Madres entendió que para encontrar a su hijo no podía volver a Honduras. Así, cuando el grupo llegó a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, la mujer se bajó del autobús en que viajaba y se quedó en México.
Ana permaneció tres meses en la población chiapaneca donde buscó inútilmente el apoyo de las autoridades. Viajó entonces a la Ciudad de México donde entendió que podría ejercer más presión para encontrar al joven.
Su equipaje fue el mismo con que abandonó Honduras: dos mudas de ropa, la foto de Óscar y todas las pistas donde las autoridades podrían encontrar a su hijo.
La imagen del joven está permanentemente colgada de su cuello. Más que un recuerdo representa la esperanza de que alguien lo reconozca y le ofrezca algún indicio del paradero de su hijo.
A la capital mexicana llegó con mucho miedo y el contacto de Martha Sánchez, vocera de Movimiento Migrante Centroamericano (MMM), organización que en México apoya en la logística de la Caravana.
Marta le consiguió empleo en la organización. Desde entonces Ana Enamorado ayuda en la organización logística de las caravanas de madres centroamericanas y sobre todo, ayuda en la búsqueda de otros migrantes desaparecidos porque aprendió que ellos no importan a las autoridades de este país.
Ha tenido su recompensa: Óscar forma parte de la lista de migrantes que el grupo busca afanosamente en sus viajes a México.
El desprecio mexicano
Buscar a una persona desaparecida en este país es muy difícil. Además de la tragedia que implica las familias enfrentan la incomprensión y desprecio de quienes supuestamente están obligados a encontrarlos.
Ana lo supo desde el principio. En su caminata ha presentado tres denuncias: la primera en la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR) a la que archivaron con el número 520/2013.
Otra en las oficinas centrales de la misma fiscalía, en el Distrito Federal, con el folio 079/2013. Y la tercera en la Fiscalía General de Jalisco a la que se registró como la 163/2014.
Números. Es todo lo que ha obtenido de las autoridades porque hasta el momento casi nada han hecho para buscar a Óscar.
“Hacer una llamada, no es hacer una investigación. En mi búsqueda he sido yo la que he encontrado todas las pistas y se las he entregado en sus manos para que hagan su trabajo, pero nada hacen, no les importa a ellos que mi hijo siga desaparecido”, denuncia Ana.
La mujer ha entregado direcciones y los números de teléfono de quienes podrían dar información sobre el paradero de su hijo y los comprobantes de los depósitos de quienes cobraron el dinero por el daño a la camioneta de El Carrizo.
Dejó a los agentes del Ministerio Público las notas periodísticas que informan lo que pasó a quienes trajeron Óscar a México, y les insistió una y otra vez que su hijo está vivo porque le llamó después de la muerte de los jóvenes asesinados.
Sólo pedía que llamaran a los números telefónicos que les entregaba, que rastrearan a sus propietarios y que fueran a El Carrizo –lo más lógico en cualquier investigación- a preguntar qué pasó con su hijo.
Nada. Los policías dicen que no les contestan el teléfono y que no van a la comunidad porque “el lugar está peligroso y quien va no sale”. Es todo.
La promesa
El Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador; Comité de Familiares de Migrantes de El Progreso y la Mesa Nacional para las Migraciones en Guatemala dicen que son miles los ciudadanos de América Central que han desaparecido en su viaje al norte, que obligadamente cruza a México.
No se sabe cuál es la cifra real de las víctimas, pero algunos dicen que pueden ser unas 70 mil personas que se perdieron en los últimos doce años. Óscar Antonio López Enamorado es, hasta ahora, uno más de ellos.
El gobierno mexicano sólo contribuye a la confusión. El Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, por ejemplo, no distingue en sus cifras quiénes son migrantes, y su base de datos sólo reporta la desaparición de dos extranjeros.
Es el escenario que todos los días enfrenta Ana Enamorado. De las autoridades en el país donde ahora vive sólo ha recibido el polvo de los expedientes donde se archiva la búsqueda de su hijo.
Pero en la ruta encontró algo impensable en sus días en San Pedro Sula: aprendió a ser valiente. El amor que se teje en su apellido le da fuerzas para sortear el doble sufrimiento que significa ser madre centroamericana que busca a un hijo desaparecido en México: aquí los migrantes son dolorosamente invisibles.
Y a pesar de todo mantiene su promesa. “Yo le dije a Óscar que siempre podría confiar en mí. Le dije que cualquier problema, si estábamos juntos, lo podríamos solucionar y aquí estoy en México para solucionar esto por él, por nosotros”.