Miradas de Reportero
Por Rogelio Hernández López
Fui invitado a un acto público de presentación del tomo II de la Enciclopedia de la Izquierda Mexicana, dedicado a los movimientos sociales; acto donde también se extienden reconocimientos a la periodista Sara Lovera. Para ambos fines, me siento dos veces honrado y correspondo desde la mirada de un reportero para decir algo de mujeres, como Sara, y de las flores que los hombres les debemos.
Acabo de leer un estupendo artículo del periodista español Miguel Ángel Bastenier en el cual nos recuerda que en nuestra profesión “la objetividad no existe y tampoco hace ninguna falta; (porque) con la honradez es más que suficiente”. Estoy de acuerdo. Y este acto llama a ser sincero, aunque duela un poco. Voy a eso.
A demasiados hombres de México nos ha faltado la reflexión y el reconocimiento de que mucha de nuestra cultura nacional apesta a podrido porque en pensamientos, palabra y obra seguimos omitiendo a la otra mitad del cielo, como nos referíamos a las mujeres cuando éramos jóvenes comunistas. De lo poco que tienen de equidad y derechos, nadie se los ha regalado. Ellas lo han ganado y nos lo regalan por naturaleza.
De mi caso, hoy puedo decir en un solo texto que en 66 años me construido con cierto tipo de flores regaladas: mucho, muchísimo, de lo que estoy hecho, es gracias a lo que pude tomar de cinco mujeres: de la reciedumbre y firmeza de la Toña; de la dignidad y fiereza de La Güina; de la fuerza constructora de vidas de Doña Victoria Segura; de las convicciones, inteligencia y amor de la señora que manda en mi casa, que, además me ha reeducado. Y de Sara, por haberse convertido en la referencia necesaria cuando hablamos de la reivindicación necesaria de las mujeres mexicanas.
Y, por supuesto, también soy efecto de los comunistas de los años 70 del siglo pasado, algunos de los cuáles, por mera coincidencia, hoy estamos en el Museo del Estanquillo. Pero esa es otra historia, que además estará en los cinco tomos de la enciclopedia.
Sara
De Sara Lovera puedo aportar demasiado poco a las 7 mil palabras instaladas en Wikipedia. Son 41 mil 898 caracteres, o sea cinco planas de un diario tamaño desplegado para apenas hacer un resumen de lo más importante de la vida de esta mujer. Perfil, que sería interminable si se sumaran todos los datos y anécdotas que todavía no terminan de contar sus 3 mil 444 amigas y amigos que tiene inscritos en Facebook. Y faltan los que no están en redes sociales, más los poquito que quiero aportar.
Aún no leo su ensayo sobre el movimiento de mujeres por la equidad de género que aportó a esta enciclopedia, y aun así puedo asegurar que no había mejor opción para escribir sobre el tema. Sara lo conoce como protagonista desde la izquierda y el feminismo. Sara fue comunista, de las duras, en la Liga Espartaco; ha sido la impulsora más definitoria entre las originarias para enjuiciar, en los medios de prensa, ese lenguaje exclusionista y machudo (el que cercena y discrimina).
De mis acercamientos con Sara Lovera debo precisar que me lleva 11 meses de edad. También es López y no somos primos. Las primeras veces que la traté, allá por 1978, llegaba a la cafetería de la librería Reforma –frente a Excélsior– con Joel Garnica y Dovala, su esposo. Se armaban unas tertulias fenomenales donde se hablaba de todo y, con frecuencia, la pasión aniquilaba a la plática sosegada que deben tener los recintos con libros. En los barullos, la voz de Sara siempre destaca porque fácilmente acumula decibeles ante cualquier discordancia y también porque, desde entonces, su estilo coloquial parece de maestra regañona de pueblo. Yo sabía que algo de ese estilo lo tomó quizá en venganza del trato que recibió de las monjas en la primaria, o de las veces que peleó con sus clientes malpagadores en sus tiempos de abonera. Cuando la conocí aún estaba en El Día, luego en unomásuno y se pasó a La Jornada. Luego fundó CIMAC. Siempre aportando, construyendo, debatiendo.
Desde entonces mis sentimientos hacia Sara parecen dicotómicos:
Por un lado, me da un poco de miedo hablar con ella, no tanto por la fuerza de sus frases y tonos, sino porque siempre logra que me quede con sensación de culpa, como si yo fuese responsable de los pensamientos y acciones patriarcales y machistas de la mayoría de los periodistas hombres, de varias mujeres y de casi todos los políticos de cualquier corriente.
Pero, por otro lado, y esa es la flor que Sara nos ha regalado: la admiro porque no es feminista a secas, es generista, si se me permite el término. Es de las pocas personas, que yo conozca, que ha ido articulando una epistemología de la equidad de géneros y sus derechos. Esa narrativa se la oigo y la leo casi como la ha ido construyendo Sara. Ese ha sido un gran regalo para todos nosotros.
Muchos de mis actos (creo) tratan de mantener viva esa flor: pretender ser justo con las mujeres, tanto con las que debo tratar diariamente, como con todo el género y todo tipo de personas. Sara ya es una referencia obligada; por eso, es justísimo su Premio Nacional de Periodismo; por eso, este modesto homenaje a su forma de ser y a sus conocimientos del movimiento de las mujeres, que nos regala en este tomo.
Hoy, Sara y otra luchona social, Judith Calderón, son mis jefas en la asociación que fundamos para proteger periodistas y sus derechos. Y sigo aprendiendo de ambas, me siguen enseñando cómo tener actitud practica de respeto a los géneros, aunque le piense dos veces para enfrascarme en una discusión con ellas. Son duras.
Creo que muchos hombres periodistas y no, deben hacer lo mismo que yo aquí: reconocer que nuestras vidas serían muy distintas sin las flores de las mujeres, como las que diariamente me regalan en forma de afecto y franqueza las mujeres de mi casa, las que están aquí ahora, las de todo mi entorno. Si aprendí, también de ti Sara, que todas las mujeres sostienen la otra mitad del cielo. Y, como Martí, sinceramente les traje Rosas Blancas.