Omar Santiago Ricárdez
“¡Ah que pinche alcohol. Pinche alcohol!”, versa uno de los temas más aclamados de Mara, uno de los emblemas del rock nacional, del hoy dicho “mal llamado rock urbano”. Y cómo refiere, maldito alcohol que mantiene la única neurona más o menos lúcida… no recuero la fecha exacta de Charlie Monttana ofreciendo un concierto, por demás etílico, en el gimnasio “Ricardo Flores Magón” de esta ciudad.
Sin embargo, Edgar Flores, baterista de los thrasheros Mortal Mutilation y poseedor de una de las discotecas más completas que posee Oaxaca en cuanto material subterráneo, y no tan “under”, me confirmó que en efecto fue un diciembre del año 2005 cuando Charlie ofreció ese mítico toquín alternando con Necropsia, Luzbel y cierre de telón con Transmetal. Un recital a destacar por ser la primera vez que lo entrevisté y, para variar, terminó en una rica borrachera en la que hasta los números telefónicos nos pedimos.
El primer lustro de la década del nuevo milenio trajo consigo una nueva oleada de conciertos y recitales; tras haber dejado atrás los noventa, cuando recintos como el Salón San Francisco, el estacionamiento de Las Casas, el Salón Señorial o el Club de Leones, tan sólo por mencionar, surtieron efecto.
La organización Acústica Rock empezó a tapizar la capital de carteles anunciando diversos conciertos, uno de los más recordados, irónicamente para mí, el de nuestro gran Charlie, el de Carlos César Sánchez Hernández, víctima del 2020, pues hoy cualquier fallecido es mártir de este año prácticamente inexistente.
“¡Qué tal esa bandota!”, señalaba el autodenominado “chambelán del rocanrol” de México durante sus conciertos; ya sea en grandes estadios o foros, en alguna cantina, bar o donde se le pegara la gana, el objetivo era echar rock, gritar rock, vivir rock, la filosofía con la que vivió uno de los grandes representantes de nuestra música contracultural, contestaria, desmadrosa, aquella que tuvo que forjarse en los hoyos funky de la Ciudad de México para salir.
Desde sus inicios a finales de la década de los setenta, su paso por Vago y Mara para después simplemente consagrarse con su carrera en solitario desde Tijuana hasta Mérida, Monttana deja una memoria imborrable en la cultura popular mexicana. Es prácticamente imposible que desde el más puro concertista de conservatorio, hasta el talachero o el cumbiero no sepa un renglón de alguna de sus canciones, de ahí bien merecido su mote del “Novio de México”.
Criatura exótica de la selva del asfalto nacional, chelero por naturaleza, aunque siempre con una botella de Jack Daniels como insignia, así como una bandera confederada de Estados Unidos, Charlie se ganó el corazón de toda la raza mexicana: metaleros, darketos, urbaneros, fresas, ñeros, a todos nos congregó en un solo alias:
“vaqueros rocanroleros, la pura milpa real”, pues ninguno está ajeno a gustos culposos dentro de la música.
Con cuatro años en el medio informativo decidí aquel 2005 conseguir una entrevista de Monttana para un periódico local, de esos que, como muchos que aún subsisten, poco o nada les importa de qué se llenen las páginas, mientras salgan notas plagadas de boletines gubernamentales.
Mientras en el escenario el concierto iniciaba con bandas locales, burlé el staff de organización y del propio Charlie para entrar al camerino que no era otro más que el desaparecido “Salón de Espejos” del gimnasio “Ricardo Flores Magón”.
Ahí, adentro, me pidió mí nombre; tras presentarme saqué mi grabadora y empecé la entrevista, antes “El Novio” mandó pedir un seis de chela. No quedó más remedio que compartir y tras acabarse pidió otro y finalmente una botella de Jack Daniels.
Tras casi una hora de charla, en la que habló sobre como vislumbraba el panorama de la música urbana en México, de su rock que parecía caer en un atolladero contracultural, de las nuevas generaciones y de lo que traía en manos, de si regresa o no con Mara o Vago, de la llegada de Vicente Fox a la presidencia y del triunfo del PAN, cuando faltaba un año para concluir ese periodo, entre otros y tantos temas, la botella se acabó y con el buche caliente ambos salimos del “Salón” tambaleándonos.
Él a escena y yo a tomar fotos, para después adentrarme entre la raza para disfrutar de Monttana, de los míticos himnos que hoy quedan como un legado para México, su gente, su raza, su banda.
Durante la semana salió publicada la nota, pero eso fue lo menos importante, lo destacable, no como reportero, como roquero, es haber entablado por unos minutos con una de las grandes figuras del rock nacional, como en su momento “El Guadaña”, Lencho Partida, el también finado Lalo Tex o, en otro contexto, Arturo Huizar y Juan Gallardo, por mencionar.
Y mientras con la raza se degustaban las chelas en el inmueble, arriba, en escena, Charlie simplemente, después de tirar a su staff un brassiere negro que alguna chica le aventó, sin más, tras la borrachera que me puse con él en camerino, se cayó sobre los amplificadores, cayó y tuvo que ser ayudado para seguir en pie. Así es como fue y seguirá siendo su figura. Sí, se cayó por no aguantar la borrachera que me puse con él. ¿Orgulloso? Sí, lo estoy.
Hasta siempre Charlie Monttana, eterno “Novio de México”, “padrino” de la AA, hasta siempre y “Tocando el cielo” seguirás señalando “De que el amor apesta”…