La guerra en Ucrania ahora es la única guerra que se ve, que interesa que se mire. Mientras, los muertos se siguen acumulando también en otras latitudes y la violencia se ceba con los más pobres, incluidas las puertas de Europa donde el mar sigue siendo una enorme fosa común.
Cuando los medios de comunicación a modo de los gobernantes en turno se desgañitan pregonando solidaridad para los refugiados de Ucrania, en la frontera sur de la Unión Europea la policía revienta cabezas y devuelve en caliente a quienes pretenden ingresar a esa misma Europa.
El argumento inmediato podría ser que es porque no son blancos y de ojos azules, en el fondo es porque son pobres y a los pobres se nos ha enseñado incluso a odiarnos a nosotros mismos, odiarnos entre nosotros, despreciar nuestras propias vidas y normalizar las afrentas recibidas.
Esos pobres huyen también escapando de la violencia generada por otras guerras, por la explotación, los viejos y nuevos colonialismos, el abandono, la miseria y el hambre generada por los mismos intereses que desatan la guerra, las guerras también en el norte, en los nortes.
Hay que decirlo así, porque la guerra contra los pobres también se vive en América contra quienes huyen hacia el norte, hacia Estados Unidos. Pero en ese Norte la violencia sigue ejerciéndose contra los pobres, contra los migrantes, los indocumentados, los chinos y/o los negros.
Lo peor de esta historia escrita con sangre es que, mientras miles, millones de personas mueren por armas, balas y bombas asesinas, un puñado de empresarios amasan inconcebibles fortunas resultado de esta maquinaria de guerra que envilece la vida a nivel mundial.
La explotación de los recursos naturales, la fuerza de trabajo de los pobres, el neocolonialismo está en el fondo de las políticas globales que deshumanizan para esclavizar la vida humana y acabar con el equilibrio ecológico de la vida en la tierra, nuestra tierra, nuestra vida.
La guerra en Ucrania nos recuerda que en México desde hace décadas se libra una guerra contra el pueblo, contra los indígenas, contra los pobres. Cien muertos diarios nos deja esta guerra, más de cien mil desaparecidos y una violencia policial, militar y paramilitar que aniquila.
La ejecución extrajudicial de periodistas, de personas defensoras de Derechos Humanos, de líderes sociales, indígenas y opositores a los megaproyectos transnacionales se ha convertido en algo cotidiano mientras la impunidad para los ejecutores se normaliza.
Los feminicidios amparados en la indolencia de los malos gobernantes como Alejandro Murat en Oaxaca y López Obrador a nivel federal alcanzan niveles alarmantes mientras el crimen organizado trafica con la vida y la libertad cobijado por políticos, policías y militares .
Así, amar la vida, la libertad y la paz es esperanza, guía y camino de las personas defensoras de Derechos Humanos en este mundo que se debate en una interminable guerra genocida que niega todos los derechos ganados con dolor y sangre a lo largo de la historia.
Exigir el respeto de los Derechos Humanos en Ucrania, en Rusia, en Estados Unidos, en México, en Europa, en China, en todo el mundo es obligación de todos los seres humanos, el dolor de cualquier ser humano debe ser sentido como el dolor más cercano, como nuestro dolor.
¡Paz, vida digna y libertad, ya!
Desde un rincón del exilio,
Juan Sosa Maldonado
Defensor de Derechos Humanos