Julisa Sánchez / Tucán
En una ciudad que respira historia, pero también enfrenta abusos de autoridad, deterioro ambiental y abandono de sus espacios públicos, surge una voz que no se conforma con contemplar el paisaje: lo interviene, lo defiende y lo transforma. Esa voz es la del artista plástico Markoa Vásquez, quien ha convertido el arte en un acto de rebeldía y servicio a la comunidad.
Reconocido por su labor social más allá de los lienzos, Markoa se ha posicionado como la única voz constante en defensa del patrimonio de los oaxaqueños: parques, áreas verdes, espacios públicos y la preservación del medio ambiente. Su activismo no nace de la conveniencia, sino de la convicción. Ahí donde algunos ven un árbol por talar o un parque por privatizar, él ve futuro y pertenencia.
Su lucha no ha sido simbólica. Markoa Vásquez ha llevado su compromiso al extremo de la resistencia física: dos huelgas de hambre en pleno corazón de la capital oaxaqueña, arriesgando su salud para exigir respeto al medio ambiente y detener decisiones gubernamentales que atentaban contra áreas verdes. Sus acciones, aunque incómodas para quienes ejercen el poder, visibilizaron lo que muchos prefieren callar.
Pero Markoa no sólo protesta: actúa y propone. Con los recursos obtenidos a través de la venta de sus obras, financia campañas y actividades en beneficio de la comunidad. Su arte es herramienta y puente: lo que gana en galerías y exposiciones regresa a las calles, a los parques, a los ciudadanos.
Su mensaje es claro: el patrimonio no pertenece a los gobernantes de turno, sino a las generaciones futuras.
En tiempos donde el silencio parece ser la moneda de cambio, Markoa Vásquez demuestra que el arte puede ser resistencia y que la rebeldía, cuando tiene propósito, genera transformación.
Su historia es la prueba de que cuando el arte se compromete, deja de ser adorno y se convierte en causa.



                    
                    
                    





