La fuerza misteriosa de Ferreyra, el periodista

Por Rogelio Hernández López

Es la fotografía de un día reciente con el periodista Carlos Ferreyra Carrasco. Comenzó una mañana en una de las lomas y en un lugar de la mancha. Nos reencontrábamos luego de casi 6 años. Yo sabía que recién alcanzó 78 años de edad, casi 60 como periodista. Por eso llegué con prejuicios a ese desayuno; me preguntaba, con cierto desánimo, qué Carlos encontraría. Y comenzaron mis azoros…

Él llegó puntual, como siempre, manejando su Jeep desde Cuajimalpa…

Cuando arribé al lugar, él me identificó a lo lejos y levantó la mano para orientarme…

Serio, circunspecto, de hablar pausado y directo, mostró más coherencia que su interlocutor, como siempre…

Él marcó la pauta de qué desayunar, y fue como si ambos tuviésemos el aparato digestivo integro: huevos ahogados tipo Michoacán (su tierra), picante extra, jugos, tortillas, café, pan…

–¿No te hace daño?– dije. Y como respuesta sonrío burlón, con una mirada que podría decir – ¡Imbécil! No lo comería–…

En un ratito me puso al tanto, con detalles, de las entretelas del periodismo mexicano. Casi siempre trae los datos más frescos…

Con Ferreyra (como le decimos casi todos sus pares), es inevitable entrar a esa especie de deporte entre viejos reporteros, el de criticar las fortalezas, y sobre todo las debilidades, de los demás periodistas conocidos mutuos –muchos amigos comunes– Entramos alegremente a esa práctica a la que Carlos le agrega los adjetivos burlescos. Es el especialista, el más sardónico, el mayor de todos.

–¿Caminamos a la oficina?– Le invité a algo que no estaba programado, ni cercano.

–Vamos. Aquí dejo mi coche. –Dijo y añadió –¿Estará ahí Rete-inmundo Riva y Palacio?

Esos alias aparénteme ofensivos, Ferreyra los suelta fácil, con mirada y con rostro impasibles. Quien no lo conoce se desconcierta. A mí me llama Rockelio.

Con desenfado y sin fatiga bajamos una lomita de asfalto, usamos escaleras. Llegamos al pequeño cubículo de la Dirección de Contenidos del corporativo. En transcurso Ferreyra hizo un sinfín de preguntas de reportero que su interlocutor no pudo responder por falta de información, hasta que llegó a encontrarlos –salvadoramente– uno de sus amigos más antiguos: Raymundo Riva Palacio.

–* —

Yo conocí a Carlos y a Raymundo al mismo tiempo, allá en 1980, cuando llegaron a hurgar cómo era por dentro el semanario Dí, donde yo me probaba después una cobertura de 40 días de la Guerra de Nicaragua. Para entonces, Ferreyra ya era El reportero y Raymundo, a sus 28, recién terminaba como reportero fundador de unomásuno, corresponsal en Washington.

El reencuentro de ellos fue como si se hubiesen visto una semana antes, lleno de sonrisas, miradas y frases pícaras, algunas medio hirientes. Quedaron de verse pronto, para hacer planes…

Raymundo si sabía de Ferreyra, lo que yo me acababa de enterar, que un ojo lo tenía obstaculizado totalmente, que el otro tenía una visión del 70 por ciento, que igual le pasa con los oídos, que ya no tenía tribuna impresa

pero estaba enviando a varios medios digitales su columna Los Lavaderos, la que redacta temprano y disciplinadamente cada tercer día, columna que podría hacer diario si no estuviera concentrado –por convicción y amor, me dijo– en dar atención a Magdalena, su esposa desde hace más de 50 años.

Después, por ganas de seguirlo oyendo, acompañé a Ferreyra al estacionamiento. Pude observar su espalda y su andar muy rectos. Y en el trayecto volvimos a lo ácido. –Ya no manejes, no por ti, sino que te vas a echar a un cristiano– le dije y su respuesta fue del socarrón de siempre –será culpa de ellos ignorar que va al volante un cegatón–.

Nos despedimos con su promesa de que comenzaría a escribir su columna con temas del gremio, De Memoria, para el nuevo periódico de la Asociación Civil Casa de los Derechos de los Periodistas.

–Te mando varias después de la operación—ofreció animoso. Miré al Jeep verde olivo lustroso salir del estacionamiento, desplazándose con la celeridad y certeza en las vueltas como lo conduciría un taxista.

Mientras se alejaba repasé todo lo que había visto de Ferreyra esa mañana, reconté mis azoros.–Se mira como de unos 55 años– me comentó una joven periodista que lo conoció esa mañana; corroboré su claridad mental y la precisión de sus palabras, quizá mejor que cuando lo conocí; que aumentó la serenidad con que analiza todo, incluidas sus difíciles circunstancias de hoy, al grado que sus muchos planes parecen resultado de otra persona de mente bien fría. –¿De dónde saca la fuerza este cabrón?

— * —

Quería respuestas. En realidad se poco de él. Yo entré a Milenio en 2002, gracias a las recomendaciones de Jesús Rangel y Carlos Ferreyra quien fue Director del Semanario por seis años y donde originó su columna chocarrera de andanzas como periodista, después la llevó a Crónica. Recientemente se hizo parte de Editores Asociados.

Indagué. En su muro de Facebook puso escuetamente que estudió en Universidad de La Habana, en la Escuela Bancaria y Comercial del DF; que trabajó en El Sol de México, Excélsior, unomásuno, Sucesos para todos; fue Director Ejecutivo de Prensa Latina y Director General Adjunto de Notimex. También se sabe que colaboró en National Geographic y fue director de Comunicación Social de la Cámara de Senadores durante tres legislaturas,

Busqué opiniones:

El periodista y editor destacado Fernando Patiño, respondió: “Como periodista y como persona es un personaje; siempre dispuesto a compartir su enorme experiencia y conocimientos. Sin apabullarte y siempre divertido”.

Carlos Olmos, el harto conocido comunicador y publirrelacionista dijo: “Para un periodista no es fácil ser comunicador. Carlos, gracias a su ingenio y humor pudo transitar con éxito por ambos. Hombre culto y de impresionante memoria…”

El reportero y editor Roberto Vizcaíno anotó: “no recuerdo ningún trabajo periodístico relevante de él. No fuimos amigos, ni trabajamos juntos, lo recuerdo como alguien lejano, ajenos a mí y a mi grupo de compañeros”.

Raymundo Riva Palacio, el reportero fundador e renovador de medios, me dijo en dos frases. “Nunca he conocido otro profesional del periodismo más irreverente, ni a otro cínico tan serio.

El martes 19 de abril Ferreyra fue operado el martes 19 de abril del ojo más deteriorado. Al día siguiente ya estaba chacoteando en su muro de Facebook. Además, Su columna para varios medios la tituló: “Y se hizo la luz”. Ahí aseguró jactancioso que ahora veía al 100 por ciento. Otra fortaleza recuperada.

Ahora creo saber que su fuerza mayor está en su esposa, en su familia integrada con trato inteligente. Otra fuente de su fuerza ha sido –creo– su identidad, tanto física (de moreliano culto, altivo, de barba cuidada y acento extrañamente españolizado): de su convicción y alcance profesional (reportero, analítico, casi siempre jefe), como de su estilo personal (que hace sentir importantes a sus interlocutores) que combina la aparente frialdad con ocurrencias jocosas y punzantes. Pero me falta saber qué tanta fuerza le prodigamos quienes decimos ser sus amigos.

Otro reencuentro en ese día, Ferreyra con su amigo Raymundo Riva Palacio
Otro reencuentro en ese día, Ferreyra con su amigo Raymundo Riva Palacio

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