Miradas de reportero
Por Rogelio Hernández López
Esa mañana del miércoles 27 de abril, nos juntamos una treintena de periodistas junto al astabandera monumental del Zócalo de la Ciudad de México y apenas eramos notados por algunos transeúntes. Era una protesta por el crimen del colega Francisco Pacheco Beltrán de Taxco. Allí nos enteramos que la noche anterior habían asesinado también a un modesto comunicador de radio en Ejutla de Crespo, Oaxaca, Apolonio Hernández González conocido como el pajarito.
En el Zócalo, en nuestra semisoledad, quizá algunos compartíamos el cruce de dos sensaciones: de tristeza por la ausencia de otros muchos colegas, no solo en la protesta callejera, sino que no muestran ningún espíritu de cuerpo cuando se silencia para siempre a unos de los nuestros; y de recriminación, porque sigue sin manifestarse clara y fuerte la voluntad política del presidente del país para que Gobernación, la PGR y otras instituciones hagan su trabajo, hasta se detenga este aciago ciclo de violencia que, en muchas formas se ensaña contra el mensajero.
Por la noche referí tales sensaciones a dos jóvenes que quieren hacer sus tesis de licenciatura y maestría sobre la violencia contra los periodistas y el desempeño del Mecanismo de Protección a Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas de la Segob. Les relaté la manifestación mañanera y no evité reflejar como entristecen las ausencias cuando son de los nuestros, pero pesan más los mutismos de quienes tienen obligación de la palabra, porque producen desconciertos y más silencios, parafraseando a Octavio Paz.
SEGUIRÁN LOS CRIMENES
Compartí con los jóvenes varios ensayos que hemos elaborado con el apoyo de la asociación civil Casa de los Derechos de Periodistas (CDP). Un escenario que les presenté fue que seguirán los asesinatos y otras agresiones contra periodistas.
Para atajar los agravios en general (330 en promedio anual en este sexenio según recuentos de Artículo 19) se necesita reducir los índices de impunidad, que ya superan al 90 por ciento de los casos, como lo ratifica la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Esa es la obligación de todas las instancias del Estado.
Pero lo de fondo, es incidir en circunstancias estructurales para aumentar las fortalezas de los periodistas, sobre todo de los más vulnerables, que son los más agredidos y asesinados. Para eso requerimos muchas más acciones de gobierno y de nosotros mismos.
Casi les repetí de memoria lo que asentamos en el ensayo que difundió Freedom House y la CDP de nombre: Prontuario para fortalecer periodistas vulnerables (https://freedomhouse.org/sites/default/files/PRONTUARIO%20para%20fortalecer%20a%20periodistas%20vulnerables%20de%20México%20abril%202014.pdf).
Algo de lo ahí expuesto, y que configura el escenario aterrador que referí a los estudiantes, es lo siguiente:
La mayoría de registros (oficiales y civiles), de las agresiones a mujeres y hombres que ejercen al periodismo en México, indica la existencia de tres constantes, que a su vez, muestran los altos grados de vulnerabilidad de las y los periodistas:
UNO. Ocurren, casi siempre, por el manejo de la información con índices bajos de prevención, tanto de periodistas como por los directivos de los medios de prensa, respecto del manejo de temas sensibles que provocan reacciones violentas en protagonistas de hechos punibles de corrupción, delincuencia organizada, conflictos políticos y sociales, etcétera. La falta de pautas deontológicas y del hábito de sopesar ventajas y desventajas para el manejo de la información son síntomas de vulnerabilidad profesional.
DOS. Se producen en zonas de riesgo, ya sea por la violencia desatada por grupos de delincuencia organizada, o por violencia derivada de conflictos sociales, por violencia de baja intensidad pero sistemática de servidores públicos e instancias de gobierno que ponen a los periodistas como objetivos a vencer. La carencia de capacitación y de protocolos preventivos para hacer coberturas en zonas o situaciones de riesgo también produce vulnerabilidad.
TRES. Suceden, más frecuentemente, cuando el periodista tiene un perfil de fortalezas bajas. Esto es, formación profesional deficiente; relaciones injustas con empleadores o anunciantes; trato poco solidario con sus colegas; tensiones en su entorno familiar y social.
Mucha de estas cosas ocurren porque el reportero local aceptó debilitarse voluntariamente en su perfil de credibilidad al aceptar ser parte de malas prácticas profesionales (convenios con fuentes privadas o de gobierno corruptoras de la información).
A estas constantes se aproximan cantidades importantes de hombres y mujeres que ejercen el periodismo fuera de las grandes ciudades.
Por todo es muy preocupante deducir que podrían seguir las tendencias a la alza en las agresiones, porque son demasiadas la debilidades, o la carencia de fortalezas de miles de periodistas y cientos de medios de prensa en el país.
Pero a todo lo anterior, añado ahora, pesa más la ineficacia gubernamental, entre otras razones porque nunca, en lo que va del sexenio, el titular de la presidencia, Enrique Peña Nieto, ha dictado instrucciones firmes, tajantes para que sean eficaces los responsables de frenar la violencia y menos para fortalecer al eslabón más débil de la comunicación social en México: los periodistas. Ese es el silencio que cada día crece y se hace más pesado.