Los desaparecidos de Ecuador

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Cinco de los 72 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas, eran ecuatorianos, pero la lista de quienes se quedan en el camino es aún más larga. Organizaciones y autoridades de ese país registran al menos 110 connacionales perdidos en el camino al norte.

Por: Concepción Peralta Silverio

Lourdes y 109 desaparecidos más

A Mercedes le llamó su esposo en enero del año 2010 para decirle que rompía con ella y con su familia en Paute, al sur de Ecuador.

—Ya no voy a ayudar con los estudios. Hagan su vida. Yo voy a hacer la mía.

Esa llamada también le cambió la vida a su hija Lourdes Ortiz, de 21 años, quien estudiaba Contaduría en el Tecnológico de Cuenca y era madre soltera.

—Mami qué hago aquí, mejor me voy a trabajar. Yo los voy a sacar adelante, ahí le encargo al Andrecito. —Era enero de 2010. Lourdes alcanzaría al padre de su hijo en Nueva York y le pediría una última ayuda.

Mercedes Ortiz tiene 55 años. Está tumbada en el piso sobre cartones, bajo la mesa donde sirve desayunos económicos. No puede levantarse por un dolor de columna que se ha intensificado por cargar maderas y hierbas para los animales. Otra mujer, aún más vieja, lava en tinajas los trastes sucios que deja la comida, es su madre, de 80 años de edad. En otra mesa el hijo de Lourdes, que ya tiene 9 años, intenta hacer la tarea, y un bebé de año y medio completa este cuadro; sus padres lo dejan a la abuela para ir a trabajar.

—Era muy buena estudiante – dice presintiendo algo malo- Llevaba un ponchito, una blusita y zapatillas.

El “coyote” le aseguró que llevaría a su hija por una ruta segura. El 29 de junio de 2010 Lourdes le llamó, estaba en la frontera de México y Estados Unidos, a punto de cruzar el desierto, presumiblemente el de Arizona, que ese mes reporta una temperatura de 45 grados centígrados. Tardaría 13 días en caminar y cruzar el desierto. “Dentro de 12 o 13 días estamos hablando. Adiós madre”. Después no volvió a saber nada de ella.

En 2009 nació la organización 1800Migrate, dedicada a buscar a los ecuatorianos desaparecidos en el exterior, entonces tenía siete casos. En 2015 tiene 110 registros con nombre, foto y contactos de la familia. Mientras que el gobierno de Ecuador tiene una cifra de entre 200 a 128 casos de desaparecidos que viajaban en rutas irregulares a Estados Unidos.

“No puede ser que un familiar desaparezca y se quede en la nada, y mucho menos en la frontera donde se pueden realizar pruebas de ADN y mandarlas a estas familias que no tienen plata”, dice Andrea Ledezma, responsable de esta organización empeñada en buscarlos y hacer visible el problema de los desaparecidos.

A Mercedes el pasador mexicano le dijo sin temor que su hija había caído presa. “Ya ha de salir”. Una historia que se repite con casi todos los desaparecidos: el “coyote” les dice que fue detenido por Migración y eso les da tiempo para sacar más dinero. Después sólo dejan de contestar el celular y desaparecen.

En febrero pasado, 1800Migrante logró que aproximadamente 20 familias de los desaparecidos, entre ellos Mercedes, salieran a marchar por las calles de la imponente ciudad de Cuenca. Al grito de “Vivos se fueron. Vivos los queremos”, pidieron a su gobierno que busque a sus hijos. De esta zona es de donde se registran más desaparecidos.

La crisis bancaria del año 2000, –cuando el sucre perdió dos tercios de su valor—llevó a unos 2 millones de connacionales a dejar su país. Hoy Ecuador es el país de la región Andina (Bolivia, Colombia y Peru) con el mayor porcentaje de migrantes.

Cañar y Azuay, de donde es Mercedes, son dos provincias en la montaña al sur de Ecuador de campos verdes y cielo intensamente azul. Es normal ver vacas pastando a la orilla de la carretera y espectaculares casas abandonadas porque sus dueños están trabajando en Estados Unidos o en Europa.

Esta región tiene índices bajos de desempleos porque es de las de mayor migración y cada vez, quienes lo hacen son más jóvenes. Pero las remesas no logran eliminar ni aliviar los daños que produce la separación de familias.

Un estudio de FLACSO revela que en la última década más de un millón de ecuatorianos salieron del país y ello implicó cambios sociales, económicos y culturales para los que aún no se tienen políticas integrales. Niños migrantes que viajan solos, abuelos en la cárcel por deudas de alimentos, hijos de desaparecidos, niños al cuidado de ancianos.

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Andrés, pequeños recuerdos.

 Mercedes vive en un desamparo económico y emocional, y expuesta a la violencia machista e institucional. Está enferma, debe 12 mil dólares del coyote y mantiene a su madre y a su nieto. Su marido volvió a llamar sólo para acusarla por la desaparición de su hija. El padre de Andrecito prometió “ayudar” con los gastos de su hijo, dio 200 dólares y desapareció. Y el “coyote” que prometió cuidar a su hija regresó a su casa para amenazarla. “Si sigues hablando te voy a matar”.

Tras la masacre de los 72 migrantes de San Fernando, Tamaulipas, dos meses después de la partida de Lourdes, Mercedes fue a la entonces Secretaría Nacional del Migrante (Senami) con la esperanza de hallar a su hija. Las pruebas de ADN salieron negativas. De los 72, cinco resultaron ser de Ecuador. Tres mujeres: María Magdalena Tipantaci Tubón (21), Elvia Florida Pasachoa Mazaquiza (22) y Rosa Amelia Panza Quilli (38) y dos hombres: Telmo Leonidas Yupa Chimborazo (17) y Christian Andrés Cahuana Campos (18). Lourdes no iba en ese grupo.

La Senami -desaparecida en 2013- conoció es las amenazas y la vulnerabilidad de Mercedes y su familia. Nunca le pidió datos ni su hija, ni del “coyote”.

Andrecito, el hijo de Lourdes, va corriendo a su casa y regresa agitado con las dos únicas fotos que tiene de su madre. Tiene la imagen más bella de ella: “Que siempre jugábamos con la pelota, con los carros, a las almohadas”.

—Era muy duro, preguntaba mucho por su mamá. Lloraba y lloraba. —Mercedes limpia las lágrimas de su cara con la palma de la mano y con la otra arrulla al otro nieto que al fin se quedó dormido.

—¿Bono de ayuda? Nunca he recibido nada. Yo sólo tengo la esperanza de que aparezca mija, de que me llame si está viva. Si está fallecida, por lo menos saber.

Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations.

 

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